Ya tengo mi Anti-Lambo
La semana pasada me cambié el coche.
No ha sido un cambio por necesidad. Mi Hyundai i20 de 11 años iba como el primer día.
Lo he hecho porque me apetecía. Y punto.
¿Y por qué te lo cuento?
Porque desde que Adrián Sussudio empezó con el tema del estatus (aquí el resumen del libro The Status Game y aquí su serie de 7 reglas sobre el juego del estatus), no paro de preguntarme qué hay detrás de ciertos comportamientos.
Esta historia no va sobre SEO, ni productividad, ni freelancing, ni negocios. Es una fumada reflexiva que ha ocupado mis últimos días y que quiero compartir.
Para decidir si comprar el coche nuevo o no, me he auto engañado con muchas excusas (que no me compro ni a mí mismo). Una de ellas era que me gustan los coches y me apetecía conducir algo mejor que el que tenía hasta ahora.
Pero cuando digo que "me gustan los coches" no me refiero a que sea un friki de la mecánica. Es más bien una especie una atracción. Eso que te cruzas con un coche bueno por la calle y te lo quedas mirando. No con envidia de quien lo lleva, sino con aprobación.
Y aunque no me gusta generalizar ni tirar de clichés, creo que a un buen porcentaje de hombres les pasa lo mismo. Igual que a muchas mujeres le atraen las joyas, o la moda.
Me juego lo que quieras a que Adrián me diría que no me gustan los coches. Que lo que me gusta es el estatus que representan.
Y ahí es donde quiero llegar, porque no le falta razón. Al leer sus correos te das cuenta que el estatus no tiene por qué ser algo consciente, no es un "quiero aparentar más que el vecino". Es algo más sutil, operando a nivel subconsciente desde hace milenios.
Me generaba curiosidad lo que había detrás de todo esto, en particular con este tema de "por qué me gustan los coches si no entiendo un carajo", así que estos días he estado leyendo sobre el tema y he encontrado cosas interesantes.
El deseo y la señalización costosa
Desde un punto de vista de psicología evolutiva, tener un buen coche sería el equivalente a demostrar que tienes recursos. Una forma primitiva de ganar puntos para el éxito reproductivo.
Este concepto tiene nombre: "señalización costosa".
Un ejemplo es la cola del pavo real. No tienen esa cola porque sea "bonita", sino para demostrar a las hembras que es tan genéticamente superior que puede permitirse el lujo de gastar energía en algo inútil, pesado y que, además, atrae a depredadores. Es una "señal honesta" de su calidad.
Al pavo real le cuesta energía; y a los humanos que nos gusten los coches, billetes.
Nuestro cerebro primitivo, el mono que llevamos dentro, no quiere el coche. Quiere la ventaja evolutiva que el coche representa: que has tenido éxito, que has generado recursos de sobra para gastar en algo innecesario.
La dopamina de la caza
La dopamina no solo premia el placer, también el proceso de buscar y adquirir recursos "valiosos".
El simple hecho de buscar el coche, compararlo, ver reviews, desearlo... todo eso ya genera un chute. Es la dopamina de la anticipación de la recompensa. Estás "cazando" ese recurso valioso.
Y cuando lo compras, hay el chute final por haberlo conseguido.
La dopamina no te la da el coche.
Te la da lo que el coche representa y la demostración de que has podido conseguirlo.
Lo que hemos mamado desde pequeños
Por supuesto, hemos mamado desde pequeños cosas que nos han cableado para asociar determinados objetos materiales a ese mayor estatus.
En mi generación, esto empezaba pronto: a las niñas se les regalaban muñecas y cocinitas. Y a los niños, Scalextric.
Asociando "coche" con "diversión" desde los 3 años.
Luego creces, y cualquier anuncio de coches no te vende "los puntos fuertes del coche". Te vende el estatus que representa: la libertad, el éxito, la felicidad de tu familia, la aventura...
Van a pinchar a ese punto débil biológico de la búsqueda del estatus.
El factor tribal
Y ya puestos a profundizar en esta fumada, me surgió otra pregunta: ¿Por qué algunas marcas nos gustan y otras no? Algunas incluso nos generan rechazo sin habernos hecho nada.
Pues eso se explica por el componente tribal. Los coches, como muchas otras cosas, funcionan como un símbolo de pertenencia a un grupo. Esa necesidad de tribu también nos viene marcada por la evolución desde hace milenios.
Ser de "Mazda" (o de Apple, o del Madrid, porque esto se aplica a todo) te define. No es solo la marca, es la filosofía que hay detrás de la elección.
El anti-estatus
Entonces, si todo esto es tan biológico… ¿por qué hay gente a la que se la sopla el coche que conduce?
Como dice Adrián, todos estamos jugando al juego del estatus constantemente.
Pero lo que cambia es la forma en la que decidimos jugar esa partida.
Para algunos, ese estatus será tener las mejores marcas en Strava, levantar más peso que nadie en el gimnasio, tener más suscriptores o que le llamen para dar conferencias.
El estatus es el mismo. El símbolo es diferente.
Hay gente que ve el coche como una mera herramienta para desplazarse. Y gastarse más de un euro del necesario en él es una estupidez porque, en "su tribu", eso no da puntos.
Pero hay otra posibilidad para responder a eso, que me gusta más que la anterior, y es estar jugando al "anti-estatus", que es la forma de estatus más alta que existe.
Cuando Christian Bale va con su Toyota Tacoma de 2003 de segunda mano (o Joan Tubau con su Dacia Sandero), la señal que está mandando es: "Estoy tan por encima de este juego que no necesito participar. Creo tanto en mí que me la suda el símbolo. Estoy por encima de las necesidades mundanas de validación."
Y llegar a ese nivel del juego es un triunfazo.
El anti-Lambo
En mi caso, la búsqueda del éxito reproductivo está concluida con 2 hijos, así que me toca especialmente las pelotas que el cerebro no desconecte ese cable. Podría reconectarlo a cosas más asequibles.
Pero, puestos a caer en la tentación, hagámoslo bien. Quizás mi elección de un Mazda 3 Sedán no ha sido la jugada perfecta del anti-estatus, pero quiero creer que es la del anti-Lambo.
No he comprado solo un coche que me gusta, sino una marca que representa mi forma de ver las cosas, porque Mazda es una empresa relativamente pequeña que va a contracorriente del mercado en muchas cosas.
Quiero creer que mi Mazda es el estatus evolucionado, la elegancia discreta, un rechazando la ostentación. Un buen coche que no necesita gritar.
LOL. Suena bien, pero... ¿a quién quiero engañar?
Hay que asumir que, hasta cuando creemos que estamos siendo prácticos y sinceros con nosotros mismos, la biología y el juego del estatus nos tienen pillados por los huevos.
Habrá a quien todo esto le suene a pantomima para justificar el derroche en un coche que no necesito. Y efectivamente, así es. Mi mujer está en ese barco.
Pero no me dirás que no mola saber por qué hacemos algunas estupideces.
Gracias por leer.
Sergi Ruiz, desde la cueva.

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